Buenos días,
Lo prometido es deuda, os dije que os subiría la historia que no se lee de "Te enamoraste de mí sin saber que era yo" desde que Rodrigo y Lucía se reconcilian y hasta que deciden irse a vivir a Cantabria.
Os conté que no tuvieron un camino fácil, que no todo lo que reluce es oro... ¿Queréis conocer como estas dos personas consiguieron saltar todas las trabas de su vida?
P.D: Os aconsejo que antes de leer este relato largo, si no habéis leído mi primera novela con Zafiro, lo hagáis o no os vais a enterar de nada. ¿Aún no lo tienes? Dale a: Te enamoraste de mí sin saber que era yo
Te enamoraste de mi y ahora sabes que soy yo
Capítulo
1
Lucía
abrió los ojos lánguidamente, su cuerpo desnudo acariciaba el
blanco edredón que cubría su cuerpo. Sintió como toda su piel se
erizaba al sentir el suave contacto del algodón que la envolvía.
Los
tímidos rayos de un sol invernal se colaban por las rendijas de una
persiana ligeramente levantada.
Se
dio la vuelta, giró su cuerpo para ponerlo bocabajo y disfrutar unos
minutos más de la sensación de ese duermevela. Su piel se erizó al
sentir el frío que se colaba por los resquicios del edredón en
aquella mañana.
Le dolían los ojos, no era capaz de abrirlos en plenitud. Le dolían.
Le dolían los ojos, no era capaz de abrirlos en plenitud. Le dolían.
Las
lágrimas habían sido las culpables de que le pesaran los parpados
aun a pesar de una larga noche reparadora. No sabía si los sueños
que había tenido podían tener algo de realidad. No pasaban más
allá de un abrazo, de un ligero sonido removiendo la cama al
amanecer, de un beso en el cuello al despertar.
Parecía
todo tan irreal que durante unos segundos su estómago se contrajo
asustándola. Todo había sido un sueño. Estaba sola en la cama.
Se
incorporó de forma abrupta, el frío volvió a hacer que ahora se
erizara todo su cuerpo. Notó un golpe que le angustió en la boca
del estómago. Aun sentía las caricias por su piel, sentía sus
besos recorriendo cada uno de los rincones de su cuerpo, sus palabras
susurradas al oído. Se abrazó sobre sí misma, la habitación
estaba vacía. Rodrigo no estaba. No quedaba nada de él en su
casa...
Respiró
un par de veces intentando tranquilizarse. Se bajó de la cama
poniendo los pies sobre la alfombra, agachándose para recoger su
ropa interior aun tirada por el suelo. Tuvo que volver a parar, no
podía dejar de pensar que... otro escalofrío recorrió de nuevo su
cuerpo. Estaba desnuda. Caminó hacia el cuarto de baño encendiendo
un pequeño calefactor y se encerró en él. Miró su reflejo en el
espejo reconociendo al instante su rostro con los ojos enrojecidos
mezcla del sueño y las lágrimas vertidas en la noche, su cabello
castaño enmarañado por la pasión, sus labios hinchados por la
multitud de besos regalados y sin poder retenerlo más, volvió a
dejar que sus ojos se inundaran de nuevo sintiéndose perdida. Sola.
Se
sentó en la taza y llevándose las manos a la cara no pudo contener
más el llanto desesperado del engaño. Las promesas vanas que con
sus caricias Rodrigo le regalaba, los sonidos de su pasión
poseyéndole el alma a cada intromisión de su cuerpo...
Estaba
perdida, asustada por haberse dejado amar tan pasionalmente y ahora
se veía desvalida, sola y tontamente engañada.
Su
llanto subió de intensidad y se encogió sobre sí misma escondiendo
su rostro entre las piernas.
– Lucía
–sintió el cálido cuerpo de Rodrigo a su lado abrazándola- ¿Qué
te pasa cielo?
– ¿Estás
aquí? –le miró totalmente asustada –. No te has ido.
– He
ido a comprar el desayuno, a coger mi bolsa de viaje al coche, no
quería despertarte... –la levantó de la taza y la tomó en
brazos para llevarla de nuevo a la cama.
– Pensé
que me habías vuelto a dejar –le decía mientras escondía la
cara en su pecho –. Me asusté, me sentí una idiota.
– Eh!
–Rodrigo le sonrió con la voz mientras la sentaba en la cama y él
se ponía de rodillas entre sus piernas mirándola directamente a
los ojos –. Estoy aquí y no pienso marcharme a ningún sitio.
– Lo
siento –tapó su desnudo cuerpo con el edredón en un ataque de
pudor.
– ¿Crees
que iba a marcharme así como así? –Rodrigo seguía de rodillas
en el suelo mirándola con intensidad.
– No
lo sé –se avergonzaba al recordar el ataque de pánico que aun
sufría –. Anoche fue tan intenso, te sentí tan dentro de mi que
al ver esta mañana que no estaba tu ropa me derrumbé.
Rodrigo
levantó su mano derecha de la rodilla de ella y la acercó a su
rostro suavemente, recorriendo su contorno haciendo que Lucía
cerrara los ojos y se dejara acariciar por él: – Te lo repito. Me
quedaré aquí el tiempo que quieras. Aunque es posible que me eches
antes de tiempo –le sonrió guiñándole un ojo.
Lucía
respondió con un ligero movimiento de labios en algo que podría
parecerse a una sonrisa, haciendo que Rodrigo se levantara y
quitándose lentamente toda la ropa, se metiera junto a ella de nuevo
en la cama. Piel con piel.
– ¿Mejor
así? – preguntó él.
– Mucho
mejor –se acurrucó para sentir su calor.
Rodrigo
acariciaba al cabeza de Lucía mientras ella la descansaba en su
pecho: – Siento mucho la escena que has visto –volvió a
excusarse.
– A
mí me preocupa que yo causara eso –la besó en el cabello –,
porque eso quiere decir que no es la primera vez que te pasa.
– No
quiero hablar de ello Rodrigo –cerró los ojos inhalando el
perfume que desprendía de su cuerpo.
– Pero
lo haremos...
Capítulo
2
Vestida
con un pantalón de gimnasia y una chaqueta a conjunto se acercó a
la cocina. Llevó la taza que tenía en la mano a los labios bebiendo
un poco del té que aun quedaba del desayuno.
No
podía hacerse a la idea de que Rodrigo estaba en su casa, en su
dormitorio, dentro del cuarto de baño tomando una ducha. Sonrió
como una idiota al pensar en la montaña rusa de emociones que su
cuerpo experimentó en pocas horas. Y ello le dio que pensar si tal
vez necesitara ir a terapia para poder contener todo el torbellino
que se había revelado en su cuerpo desde el día que regreso de
Cantabria sola.
Le
despertó de su ensimismamiento el sonido del portero automático. Se
acerco a mirar quién llamaba y vio a su hermano con cara de pocos
amigos por el vídeo. Ni si quiera preguntó, abrió y esperó a que
la siguiente llamada fuera ya en la puerta de su casa.
Alejandro
entró hecho una verdadera furia:
– ¡Hasta
las pelotas! ¡Estoy hasta las mismísimas pelotas de tu padre y de
tu madre! –entró revolucionando toda la casa.
– Vamos
a ver –Lucía dejó la taza en la mesa del salón–. ¿Tendrías
la amabilidad de comentarme que pasa?
– ¿Qué
pasa? ¿Qué pasa? ¡Qué están empeñados en presentarme a todas
las chicas casaderas de su círculo de amigos!
Lucía
sólo pudo levantar las cejas a ver la cara de su hermano pequeño.
Un guapo chico de 30 años que aun vivía bajo el mismo techo que sus
padres, alto, fuerte, de facciones pronunciadas e intensos ojos
marrones.
– A
ver, explícame eso de las chicas casaderas, porque creo que me
estoy perdiendo en algo...
– Mira
que no sé que les ha dado, pero llevan más de un mes invitando a
amigos suyos con sus “hijas” solteras y fabulosas. ¡Y una
mierda! –sentenció dando un golpe contra la mesa.
Asustado
por los gritos y el golpe, Rodrigo salió del cuarto de baño a medio
secar y con la toalla puesta en la cintura: – ¡Lucía! ¿Pasa
algo? –hablaba con premura desde el pasillo hasta llegar al salón.
– ¡Hostia!
–dijo Alejandro.
– ¡Joder!
–saltó Lucía llevándose una mano a la cara.
Rodrigo
miró a una y al otro sucesivamente buscando una explicación a los
exabruptos que venía escuchando desde el cuarto de baño.
– ¿Y
bien? –se acercó a Lucía con intención de protegerla.
Alejandro
extendió su mano a modo de saludo: – Hola, soy Alejandro, el
hermano de Lucía.
– Encantado,
yo soy Rodrigo.
El
hermano de Lucía levantó una ceja a modo de pregunta a su hermana y
ella puso cara de circunstancias. Lo que pasó después fue un cúmulo
de despropósitos que nadie se esperó, ya que lo que Rodrigo recibió
en la mandíbula fue un puñetazo que hizo que se desestabilizara sin
llegar a caer al suelo. Después sintió como un cuerpo se le echaba
encima y a Lucía dando empujones y gritando a su hermano.
– ¡Ale!
¡Ale! ¡Por el amor de dios para!
– ¡Le
mato! –decía ya con Lucía entre ellos dos empujando a su hermano
para que se alejara de Rodrigo que aun se dolía del golpe recibido
– Al otro cabrón no le pude matar, pero a este sí. ¡Cómo le
has metido en tu casa!
– Ale,
siéntate –le dijo en tono imperativo–. ¡Ahora!
– Pero
como voy a …
– ¡Cállate
y espera aquí! –le echó una mirada que hubiera congelado el
mismo infierno.
Se
acercó con cuidado a donde Rodrigo aun estaba parado intentando
entender algo de lo que acababa de suceder. Le tomó de la mano y se
lo llevó a la habitación, no sin antes pasar por el congelador y
tomar una bolsa de gel helado para el golpe.
Sentó
a Rodrigo en la cama para mirar el golpe que comenzaba a hinchársele:
– Cielo, lo siento –le dijo con sinceridad mientras le ponía la
bolsa en la mandíbula y escuchaba un leve quejido de dolor.
– Espero
que no sea el recibimiento que me espera por parte de toda tu
familia -se quejó.
– Voy
a hablar con él mientras te vistes. Cuando termines ven al salón,
por favor -se separó de él para mirarle a sus verdes ojos con
intensidad, viendo que habían tomado una tonalidad oscura. Antes de
marcharse definitivamente posó ligeramente sus labios en los de él
– Te quiero.
Al
llegar al salón vio a su hermano de pie otra vez. Dando cortos
paseos de un lado para el otro nervioso. Conocía demasiado bien el
temperamento de su hermana como para, aun a pesar de, según él,
tener la razón, saber que la que le iba a caer ahora iba a ser de
las de campeonato.
Lucía
llegó a su altura y le enfrentó cara a cara. Aunque Alejandro medía
cerca del metro noventa de estatura, siempre había temido a su
hermana. Levantó el dedo indice, y eso era muy mala señal: -¿Quién
te has creído que eres para venir a mi casa y agredir a nadie?
–preguntó con ira contenida.
– Soy
tu hermano y no me gusta que te vacilen, ¿te parece suficiente? –le
contestó sin amilanarse.
– Estás
en mi casa, bajo mi techo y quién esté conmigo es ¡mi! Problema
–le enfatizó levantando el tono.
– Será
tu problema –Alejandro la miraba desde arriba-, pero se convirtió
en el mío en el momento en el que estuviste echa una puta mierda
por su culpa. Y no voy a soportar que vuelva a hacerlo, ni él ni
ningún otro ¡Te parece bien! –le gritó sin miramientos.
– Alejandro
–Lucía respiró un par de veces antes de contestar–, no tienes
ni puta idea de lo que está pasando.
– Quizá
no la tenga, pero sé cuando hacen daño a alguien a quien quiero y
no tengo ganas de que ese cabrón...
– ¡Deja
ya de insultar! ¡Se acabó! –otra vez lanzó el dedo apuntando
esta vez a su pecho y dándole golpes– Vas a comportarte como un
ser humano y vas a pedir disculpas.
– No
–sentenció dignamente él.
– Pues
entonces vas a salir por la puerta y no quiero volver a verte
–sentenció cruzando los brazos.
– ¿Prefieres
a ese tipo antes que a tu familia?
– No
prefiero a nadie, pero te estás comportando como un neandertal.
– Lucía
–la abrazó–. Es que no quiero volver a verte como hace unos
meses, no quiero volver a ver esa cara. Te crees que soy tonto y que
no he sabido nada, pero me lo ha contado todo Nuri. Sabes que fuimos
al instituto juntos, que somos amigos...
– Ale,
por favor...
Rodrigo
ya se encontraba vestido desde hacía tiempo, pero no se atrevía a
poner un pie en el salón después de la tensa conversación que se
escuchaba. Prefirió quedarse tras la puerta del salón intentando
esperar a que la intensidad bajara un poco.
– Lucía,
sé que lo has pasado muy mal por él. Sé que has estado hecha una
mierda. Papá y mamá también se han dado cuenta, Gabriel ha sido
el único que no se ha enterado mucho. Pero ya sabes... él no se
entera mucho –sonrieron al mencionar a su hermano mayor, el
aventurero.
– Ale
–se separó de él y le miró–. ¿Confías en mi?
– ¿Me
queda otra alternativa? –ella negó – Entonces no me queda otra
más que fiarme de ti.
– Hazlo,
sé que puede durar.
– ¿Estás
segura? No quiero volver a escuchar más historias como las del hijo
de puta de Gonzalo, no quiero que nadie te tome el pelo.
– Cielo,
ya soy mayorcita para saber donde me meto –se rió de soslayo.
Rodrigo
sintió que ya podía entrar en el salón para enfrentarse a aquellos
dos. Y aunque no las tenía todas consigo puso dirección firme a
encontrarse con ellos. Lucía sintió sus pasos tras de ella y le
miró preocupada: - ¿Estás mejor Rodrigo?
– No
sé que decir. Tu hermano tiene una buena derecha –intentó
bromear para cortar el ambiente creado.
– Lo
siento –Alejandro se acercó a él y esta vez le extendió la mano
sinceramente.
– Tranquilo
–le tomó la mano aceptando las disculpas–. Lo que aun me da
algo de miedo es que no conozco a tu padre, tu madre y tu otro
hermano... –Alejandro rió con ganas rompiendo finalmente el
hielo.
– Bueno,
si pretendes conocer a toda la familia...
– Ale
–le advirtió Lucía.
– Oye
hermanita, si va a tener que lidiar con todos no le va a quedar otra
que conocernos –miró el reloj–. Se me ha hecho tarde, que tus
padres si llego tarde me matan –miró a Rodrigo y a ella e
iluminándosele la cara dijo–. ¿Porqué no venís y así la
atención no se centra en mi?
– ¡Ni
lo sueñes! Ese es tu problema y tú solito te lo has buscado por
ser tonto –respondió Lucía.
Rodrigo
se sentía mero espectador de una escena familiar bastante cotidiana.
Algo que él nunca había podido disfrutar, que ni si quiera había
podido imaginar por culpa de su...
– ¡Rodrigo!
–le despertó Lucía –, te está preguntando Ale.
– Perdón.
Estaba en otro lado.
– Ya
lo veo. Te preguntaba que si tienes maña para enseñar a hacer surf
a un palo viviente como soy yo.
– Pues
sí que sabes de mi vida –sonrió–. Ahora es la mejor época si
sabes hacer surf, así que si de verdad quieres aprender, lo mejor
es que vengas después de enero que las olas son un poco más
flojas.
– Me
lo pensaré –se dirigió a la puerta para irse, pero se giró
antes para hablar con su hermana – Te estaré vigilando Lucía –
y le guiñó un ojo.
– ¡Lárgate
ya!
Alejandro
cerró la puerta de la casa de su hermana dejando a Lucía y Rodrigo
solos de nuevo.
– ¿Te
duele mucho? –se acercó a tocar suavemente.
– La
verdad es que sí. ¡Joder! Tu hermano está cuadrado y no veas que
leche.
– Mi
hermano es karateka. Tiene cinturón negro 7º dan.
– Ni
idea de que es eso –contestaba mientras volvía a ponerse la bolsa
de gel helado en la mejilla.
– Pues
que según tus conocimientos en el deporte y los exámenes que te
hacen, si eres bueno te van dando más titulación. Más o menos.
– Vamos,
que parte maderos mirándolos...
– No
pero casi –le tomó de la mano y le sentó en el sofá del salón–.
Ven que voy a ver cómo lo tienes...
– Ven
tu aquí que te voy a enseñar como tengo otra cosa –y la tomó
sentándola sobre él para que notara lo afectado que estaba por su
cercanía...
Estaba
sentada en el sofá del salón con Rodrigo adormilado a su lado.
Había vuelto a hacer el amor, no se cansaba que sentir una y otra
vez su piel desnuda pegada a la suya, de mirar a sus ojos cuando la
hacía suya o mirarle detenidamente cuando estaba a punto de alcanzar
el orgasmo y distinguir como las arrugas de sus ojos se acentuaban.
Ahora, después de haber compartido caricias, estaba convencida de
que tenían que hablar sobre el futuro. Su futuro como pareja y hacía
donde iría lo suyo.
Estaba
muy bien que hubiera venido a por ella a Madrid, pero él vivía en
Cantabria, tenía un negocio y en el fondo bien poco conocía de su
vida. Se giró lentamente y miró como se estiraba bajo la manta en
la que se había refugiado después de hacer el amor en el sofá.
Tenía la mandíbula amoratada, pobre...
Despacio,
Lucía se incorporó para vestirse. Domingo... hoy era domingo y en
la calle el día era gris helado. Uno de esos días de Madrid en los
que el sol brillaba por su ausencia y el frío se calaba por todos y
cada uno de los poros de la piel.
Se
dirigió a la cocina, eran cerca de las dos de la tarde y aun no
había preparado nada de comer. Miró en la nevera que podía hacer
que no diera mucho trabajo. Encontrándolo, se dispuso a manipular
los alimentos cuando giró para cerciorarse que Rodrigo seguía
estirado en el sofá dormitando, ahí seguía. No se había marchado
a ningún sitio.
Debía
creerlo, no se iba a ir a ningún lado, estaba en su casa con ella.
Había venido desde su posada para recuperarla, para estar a su lado,
para no perderla.
Suspiró
mientras tomaba una goma del pelo que llevaba en uno de los bolsillos
del pantalón deportivo y se hacía una trenza para poder cocinar.
Tomó su teléfono móvil para mirar si tenía alguna llamada.
Efectivamente Lourdes llamó y tenía un par de mensaje de whatsapp
de Laura y otro de Nuria. Miró el de Nuria porque probablemente su
hermano le habría contado la historia.
Y
no se equivocaba. Un escueto : “¡Está Rodrigo en tu casa!” le
marcaba el guión del whatsapp de Laura, unos minutos más tarde y de
la llamada de Lourdes. No tenía ganas de hablar con ellas, mañana
las vería en el desayuno diario y su sonrisa lo diría todo.
Las
segundas oportunidades existían.
Sonrió
mientras sentía como unas manos se posaban en su cadera y la atraían
al cuerpo de él.
– Hola
dormilón –echó la cabeza atrás para darle un beso en los
labios.
– Tengo
hambre –le mordió en el cuello.
– Pues
ahora comemos algo.
– No
es el hambre que tenía en la cabeza, pero bueno –rió con fuerza.
– ¿De
verdad? –le preguntó atónita.
– ¿Te
sorprende que no tenga suficiente de ti?
– Me
sorprende que no tengas suficiente y punto –se rió a su vez.
– Ha
sido demasiado tiempo sin ti –la abrazó con fuerza.
– No
quiero que te vayas Rodrigo –volvió a apoyar su espalda en él.
– No
quiero irme Lucía.
– Pero
….–la cortó.
– Ahora
no, después de comer hablamos –la giró para mirarla y tomar su
cara entre sus manos para así besarla suavemente.
– ¿Alguien
les ha dicho a los programadores de televisión que las películas
de los domingos son vomitivas?– ¿Eh?
–Lucía despertó de su duermevela mientras veían en la
televisión una adaptación alemana de un libro de Rosamunde Pilcher
– Sí.
Que esto que ponen en televisión a estas horas apesta –Lucía se
dio la vuelta en el sofá, pues estaba tumbada con la cabeza en sus
pantorrillas y ahora le miraba desde esa posición.
– Pues
la verdad, me da igual. Normalmente a estas horas es lo que ponen y
no le doy más vueltas ¿A qué viene esta pregunta?
– Es
que veo muy poca tele, la verdad. Y ahora entiendo porqué...
– Hablando
de ver televisión –se incorporó–. ¿Hasta cuando vas a estar
en Madrid?
– ¿La
verdad? –asintió vehementemente Lucía– Lo menos posible.
– Oh
–su rostro se contrajo.
– No
me malinterpretes, pero no me gusta nada Madrid. Lo siento.
– Me
sorprende –respondió ella poniéndose a la defensiva–. Si has
venido hasta aquí para verme y quieres quedarte el menor tiempo
posible, hay cosas que estoy perdiéndome. ¿No?
– Tranquila.
Te dije que teníamos que hablar de un montón de cosas. Pero cuando
me has preguntado y querías la verdad, yo te la he dado. Otra cosa
es que tenga que quedarme el tiempo que sea necesario para estar
contigo. La posada está cerrada hasta después de reyes.
– No
entiendo nada –le dijo levantándose de su lado.
– Lucía,
no tienes que entender nada. Estoy aquí contigo. Te lo dije y te lo
repito. No voy a dejar las cosas así, no pienso desperdiciar lo
mejor que me ha pasado en la vida por ser un par de idiotas que no
ha sabido entenderse. Y estoy dispuesto a hacer todo lo que esté en
mi mano para que podamos entendernos a la perfección.
– Estoy
muy perdida –le dijo de pie y mirándole intensamente.
– Lucía,
de verdad, no le des más vueltas. Hoy no. Disfrutemos de esto ahora
y mañana será otro día. Venga –miró su reloj–, vistámonos y
salgamos a cenar. Llévame a tu restaurante favorito, yo te invito.
Lucía
le sonrió sin querer pensar mucho más. Anoche se habían vuelto a
reencontrar, le había amado con locura y su volvió a instalarse su
sonrisa en el rostro. No lo pensaría hoy, no. Por hoy se acabó.
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