martes, 1 de noviembre de 2016

Te enamoraste de mí y ahora sabes que soy yo

Buenos días, 

Lo prometido es deuda, os dije que os subiría la historia que no se lee de "Te enamoraste de mí sin saber que era yo" desde que Rodrigo y Lucía se reconcilian y hasta que deciden irse a vivir a Cantabria. 
Os conté que no tuvieron un camino fácil, que no todo lo que reluce es oro... ¿Queréis conocer como estas dos personas consiguieron saltar todas las trabas de su vida?

P.D: Os aconsejo que antes de leer este relato largo, si no habéis leído mi primera novela con Zafiro, lo hagáis o no os vais a enterar de nada. ¿Aún no lo tienes? Dale a:  Te enamoraste de mí sin saber que era yo




Te enamoraste de mi y ahora sabes que soy yo


Capítulo 1

Lucía abrió los ojos lánguidamente, su cuerpo desnudo acariciaba el blanco edredón que cubría su cuerpo. Sintió como toda su piel se erizaba al sentir el suave contacto del algodón que la envolvía.
Los tímidos rayos de un sol invernal se colaban por las rendijas de una persiana ligeramente levantada.
Se dio la vuelta, giró su cuerpo para ponerlo bocabajo y disfrutar unos minutos más de la sensación de ese duermevela. Su piel se erizó al sentir el frío que se colaba por los resquicios del edredón en aquella mañana.
Le dolían los ojos, no era capaz de abrirlos en plenitud. Le dolían.
Las lágrimas habían sido las culpables de que le pesaran los parpados aun a pesar de una larga noche reparadora. No sabía si los sueños que había tenido podían tener algo de realidad. No pasaban más allá de un abrazo, de un ligero sonido removiendo la cama al amanecer, de un beso en el cuello al despertar.
Parecía todo tan irreal que durante unos segundos su estómago se contrajo asustándola. Todo había sido un sueño. Estaba sola en la cama.

Se incorporó de forma abrupta, el frío volvió a hacer que ahora se erizara todo su cuerpo. Notó un golpe que le angustió en la boca del estómago. Aun sentía las caricias por su piel, sentía sus besos recorriendo cada uno de los rincones de su cuerpo, sus palabras susurradas al oído. Se abrazó sobre sí misma, la habitación estaba vacía. Rodrigo no estaba. No quedaba nada de él en su casa...

Respiró un par de veces intentando tranquilizarse. Se bajó de la cama poniendo los pies sobre la alfombra, agachándose para recoger su ropa interior aun tirada por el suelo. Tuvo que volver a parar, no podía dejar de pensar que... otro escalofrío recorrió de nuevo su cuerpo. Estaba desnuda. Caminó hacia el cuarto de baño encendiendo un pequeño calefactor y se encerró en él. Miró su reflejo en el espejo reconociendo al instante su rostro con los ojos enrojecidos mezcla del sueño y las lágrimas vertidas en la noche, su cabello castaño enmarañado por la pasión, sus labios hinchados por la multitud de besos regalados y sin poder retenerlo más, volvió a dejar que sus ojos se inundaran de nuevo sintiéndose perdida. Sola.

Se sentó en la taza y llevándose las manos a la cara no pudo contener más el llanto desesperado del engaño. Las promesas vanas que con sus caricias Rodrigo le regalaba, los sonidos de su pasión poseyéndole el alma a cada intromisión de su cuerpo...

Estaba perdida, asustada por haberse dejado amar tan pasionalmente y ahora se veía desvalida, sola y tontamente engañada.

Su llanto subió de intensidad y se encogió sobre sí misma escondiendo su rostro entre las piernas.

– Lucía –sintió el cálido cuerpo de Rodrigo a su lado abrazándola- ¿Qué te pasa cielo?
– ¿Estás aquí? –le miró totalmente asustada –. No te has ido.
– He ido a comprar el desayuno, a coger mi bolsa de viaje al coche, no quería despertarte... –la levantó de la taza y la tomó en brazos para llevarla de nuevo a la cama.
– Pensé que me habías vuelto a dejar –le decía mientras escondía la cara en su pecho –. Me asusté, me sentí una idiota.
– Eh! –Rodrigo le sonrió con la voz mientras la sentaba en la cama y él se ponía de rodillas entre sus piernas mirándola directamente a los ojos –. Estoy aquí y no pienso marcharme a ningún sitio.
– Lo siento –tapó su desnudo cuerpo con el edredón en un ataque de pudor.
– ¿Crees que iba a marcharme así como así? –Rodrigo seguía de rodillas en el suelo mirándola con intensidad.
– No lo sé –se avergonzaba al recordar el ataque de pánico que aun sufría –. Anoche fue tan intenso, te sentí tan dentro de mi que al ver esta mañana que no estaba tu ropa me derrumbé.

Rodrigo levantó su mano derecha de la rodilla de ella y la acercó a su rostro suavemente, recorriendo su contorno haciendo que Lucía cerrara los ojos y se dejara acariciar por él: – Te lo repito. Me quedaré aquí el tiempo que quieras. Aunque es posible que me eches antes de tiempo –le sonrió guiñándole un ojo.
Lucía respondió con un ligero movimiento de labios en algo que podría parecerse a una sonrisa, haciendo que Rodrigo se levantara y quitándose lentamente toda la ropa, se metiera junto a ella de nuevo en la cama. Piel con piel.

 ¿Mejor así? – preguntó él.
– Mucho mejor –se acurrucó para sentir su calor.

Rodrigo acariciaba al cabeza de Lucía mientras ella la descansaba en su pecho: – Siento mucho la escena que has visto –volvió a excusarse.

– A mí me preocupa que yo causara eso –la besó en el cabello –, porque eso quiere decir que no es la primera vez que te pasa.
– No quiero hablar de ello Rodrigo –cerró los ojos inhalando el perfume que desprendía de su cuerpo.
– Pero lo haremos...





Capítulo 2

Vestida con un pantalón de gimnasia y una chaqueta a conjunto se acercó a la cocina. Llevó la taza que tenía en la mano a los labios bebiendo un poco del té que aun quedaba del desayuno.
No podía hacerse a la idea de que Rodrigo estaba en su casa, en su dormitorio, dentro del cuarto de baño tomando una ducha. Sonrió como una idiota al pensar en la montaña rusa de emociones que su cuerpo experimentó en pocas horas. Y ello le dio que pensar si tal vez necesitara ir a terapia para poder contener todo el torbellino que se había revelado en su cuerpo desde el día que regreso de Cantabria sola.

Le despertó de su ensimismamiento el sonido del portero automático. Se acerco a mirar quién llamaba y vio a su hermano con cara de pocos amigos por el vídeo. Ni si quiera preguntó, abrió y esperó a que la siguiente llamada fuera ya en la puerta de su casa.
Alejandro entró hecho una verdadera furia:

 ¡Hasta las pelotas! ¡Estoy hasta las mismísimas pelotas de tu padre y de tu madre! –entró revolucionando toda la casa.
– Vamos a ver –Lucía dejó la taza en la mesa del salón–. ¿Tendrías la amabilidad de comentarme que pasa?
– ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¡Qué están empeñados en presentarme a todas las chicas casaderas de su círculo de amigos!

Lucía sólo pudo levantar las cejas a ver la cara de su hermano pequeño. Un guapo chico de 30 años que aun vivía bajo el mismo techo que sus padres, alto, fuerte, de facciones pronunciadas e intensos ojos marrones.

– A ver, explícame eso de las chicas casaderas, porque creo que me estoy perdiendo en algo...
– Mira que no sé que les ha dado, pero llevan más de un mes invitando a amigos suyos con sus “hijas” solteras y fabulosas. ¡Y una mierda! –sentenció dando un golpe contra la mesa.

Asustado por los gritos y el golpe, Rodrigo salió del cuarto de baño a medio secar y con la toalla puesta en la cintura: – ¡Lucía! ¿Pasa algo? –hablaba con premura desde el pasillo hasta llegar al salón.

– ¡Hostia! –dijo Alejandro.
– ¡Joder! –saltó Lucía llevándose una mano a la cara.

Rodrigo miró a una y al otro sucesivamente buscando una explicación a los exabruptos que venía escuchando desde el cuarto de baño.

– ¿Y bien? –se acercó a Lucía con intención de protegerla.

Alejandro extendió su mano a modo de saludo: – Hola, soy Alejandro, el hermano de Lucía.

– Encantado, yo soy Rodrigo.

El hermano de Lucía levantó una ceja a modo de pregunta a su hermana y ella puso cara de circunstancias. Lo que pasó después fue un cúmulo de despropósitos que nadie se esperó, ya que lo que Rodrigo recibió en la mandíbula fue un puñetazo que hizo que se desestabilizara sin llegar a caer al suelo. Después sintió como un cuerpo se le echaba encima y a Lucía dando empujones y gritando a su hermano.

– ¡Ale! ¡Ale! ¡Por el amor de dios para!
– ¡Le mato! –decía ya con Lucía entre ellos dos empujando a su hermano para que se alejara de Rodrigo que aun se dolía del golpe recibido – Al otro cabrón no le pude matar, pero a este sí. ¡Cómo le has metido en tu casa!
– Ale, siéntate –le dijo en tono imperativo–. ¡Ahora!
– Pero como voy a …
– ¡Cállate y espera aquí! –le echó una mirada que hubiera congelado el mismo infierno.

Se acercó con cuidado a donde Rodrigo aun estaba parado intentando entender algo de lo que acababa de suceder. Le tomó de la mano y se lo llevó a la habitación, no sin antes pasar por el congelador y tomar una bolsa de gel helado para el golpe.
Sentó a Rodrigo en la cama para mirar el golpe que comenzaba a hinchársele: – Cielo, lo siento –le dijo con sinceridad mientras le ponía la bolsa en la mandíbula y escuchaba un leve quejido de dolor.

– Espero que no sea el recibimiento que me espera por parte de toda tu familia -se quejó.
– Voy a hablar con él mientras te vistes. Cuando termines ven al salón, por favor -se separó de él para mirarle a sus verdes ojos con intensidad, viendo que habían tomado una tonalidad oscura. Antes de marcharse definitivamente posó ligeramente sus labios en los de él – Te quiero.

Al llegar al salón vio a su hermano de pie otra vez. Dando cortos paseos de un lado para el otro nervioso. Conocía demasiado bien el temperamento de su hermana como para, aun a pesar de, según él, tener la razón, saber que la que le iba a caer ahora iba a ser de las de campeonato.
Lucía llegó a su altura y le enfrentó cara a cara. Aunque Alejandro medía cerca del metro noventa de estatura, siempre había temido a su hermana. Levantó el dedo indice, y eso era muy mala señal: -¿Quién te has creído que eres para venir a mi casa y agredir a nadie? –preguntó con ira contenida.

– Soy tu hermano y no me gusta que te vacilen, ¿te parece suficiente? –le contestó sin amilanarse.
– Estás en mi casa, bajo mi techo y quién esté conmigo es ¡mi! Problema –le enfatizó levantando el tono.
– Será tu problema –Alejandro la miraba desde arriba-, pero se convirtió en el mío en el momento en el que estuviste echa una puta mierda por su culpa. Y no voy a soportar que vuelva a hacerlo, ni él ni ningún otro ¡Te parece bien! –le gritó sin miramientos.
– Alejandro –Lucía respiró un par de veces antes de contestar–, no tienes ni puta idea de lo que está pasando.
– Quizá no la tenga, pero sé cuando hacen daño a alguien a quien quiero y no tengo ganas de que ese cabrón...
– ¡Deja ya de insultar! ¡Se acabó! –otra vez lanzó el dedo apuntando esta vez a su pecho y dándole golpes– Vas a comportarte como un ser humano y vas a pedir disculpas.
– No –sentenció dignamente él.
– Pues entonces vas a salir por la puerta y no quiero volver a verte –sentenció cruzando los brazos.
– ¿Prefieres a ese tipo antes que a tu familia?
– No prefiero a nadie, pero te estás comportando como un neandertal.
– Lucía –la abrazó–. Es que no quiero volver a verte como hace unos meses, no quiero volver a ver esa cara. Te crees que soy tonto y que no he sabido nada, pero me lo ha contado todo Nuri. Sabes que fuimos al instituto juntos, que somos amigos...
– Ale, por favor...

Rodrigo ya se encontraba vestido desde hacía tiempo, pero no se atrevía a poner un pie en el salón después de la tensa conversación que se escuchaba. Prefirió quedarse tras la puerta del salón intentando esperar a que la intensidad bajara un poco.

– Lucía, sé que lo has pasado muy mal por él. Sé que has estado hecha una mierda. Papá y mamá también se han dado cuenta, Gabriel ha sido el único que no se ha enterado mucho. Pero ya sabes... él no se entera mucho –sonrieron al mencionar a su hermano mayor, el aventurero.
– Ale –se separó de él y le miró–. ¿Confías en mi?
– ¿Me queda otra alternativa? –ella negó – Entonces no me queda otra más que fiarme de ti.
– Hazlo, sé que puede durar.
– ¿Estás segura? No quiero volver a escuchar más historias como las del hijo de puta de Gonzalo, no quiero que nadie te tome el pelo.
– Cielo, ya soy mayorcita para saber donde me meto –se rió de soslayo.

Rodrigo sintió que ya podía entrar en el salón para enfrentarse a aquellos dos. Y aunque no las tenía todas consigo puso dirección firme a encontrarse con ellos. Lucía sintió sus pasos tras de ella y le miró preocupada: - ¿Estás mejor Rodrigo?

– No sé que decir. Tu hermano tiene una buena derecha –intentó bromear para cortar el ambiente creado.
– Lo siento –Alejandro se acercó a él y esta vez le extendió la mano sinceramente.
– Tranquilo –le tomó la mano aceptando las disculpas–. Lo que aun me da algo de miedo es que no conozco a tu padre, tu madre y tu otro hermano... –Alejandro rió con ganas rompiendo finalmente el hielo.
– Bueno, si pretendes conocer a toda la familia...
– Ale –le advirtió Lucía.
– Oye hermanita, si va a tener que lidiar con todos no le va a quedar otra que conocernos –miró el reloj–. Se me ha hecho tarde, que tus padres si llego tarde me matan –miró a Rodrigo y a ella e iluminándosele la cara dijo–. ¿Porqué no venís y así la atención no se centra en mi?
– ¡Ni lo sueñes! Ese es tu problema y tú solito te lo has buscado por ser tonto –respondió Lucía.

Rodrigo se sentía mero espectador de una escena familiar bastante cotidiana. Algo que él nunca había podido disfrutar, que ni si quiera había podido imaginar por culpa de su...

– ¡Rodrigo! –le despertó Lucía –, te está preguntando Ale.
– Perdón. Estaba en otro lado.
– Ya lo veo. Te preguntaba que si tienes maña para enseñar a hacer surf a un palo viviente como soy yo.
– Pues sí que sabes de mi vida –sonrió–. Ahora es la mejor época si sabes hacer surf, así que si de verdad quieres aprender, lo mejor es que vengas después de enero que las olas son un poco más flojas.
– Me lo pensaré –se dirigió a la puerta para irse, pero se giró antes para hablar con su hermana – Te estaré vigilando Lucía – y le guiñó un ojo.
– ¡Lárgate ya!

Alejandro cerró la puerta de la casa de su hermana dejando a Lucía y Rodrigo solos de nuevo.

– ¿Te duele mucho? –se acercó a tocar suavemente.
– La verdad es que sí. ¡Joder! Tu hermano está cuadrado y no veas que leche.
– Mi hermano es karateka. Tiene cinturón negro 7º dan.
– Ni idea de que es eso –contestaba mientras volvía a ponerse la bolsa de gel helado en la mejilla.
– Pues que según tus conocimientos en el deporte y los exámenes que te hacen, si eres bueno te van dando más titulación. Más o menos.
– Vamos, que parte maderos mirándolos...
– No pero casi –le tomó de la mano y le sentó en el sofá del salón–. Ven que voy a ver cómo lo tienes...
– Ven tu aquí que te voy a enseñar como tengo otra cosa –y la tomó sentándola sobre él para que notara lo afectado que estaba por su cercanía...


Estaba sentada en el sofá del salón con Rodrigo adormilado a su lado. Había vuelto a hacer el amor, no se cansaba que sentir una y otra vez su piel desnuda pegada a la suya, de mirar a sus ojos cuando la hacía suya o mirarle detenidamente cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo y distinguir como las arrugas de sus ojos se acentuaban. Ahora, después de haber compartido caricias, estaba convencida de que tenían que hablar sobre el futuro. Su futuro como pareja y hacía donde iría lo suyo.
Estaba muy bien que hubiera venido a por ella a Madrid, pero él vivía en Cantabria, tenía un negocio y en el fondo bien poco conocía de su vida. Se giró lentamente y miró como se estiraba bajo la manta en la que se había refugiado después de hacer el amor en el sofá. Tenía la mandíbula amoratada, pobre...
Despacio, Lucía se incorporó para vestirse. Domingo... hoy era domingo y en la calle el día era gris helado. Uno de esos días de Madrid en los que el sol brillaba por su ausencia y el frío se calaba por todos y cada uno de los poros de la piel.
Se dirigió a la cocina, eran cerca de las dos de la tarde y aun no había preparado nada de comer. Miró en la nevera que podía hacer que no diera mucho trabajo. Encontrándolo, se dispuso a manipular los alimentos cuando giró para cerciorarse que Rodrigo seguía estirado en el sofá dormitando, ahí seguía. No se había marchado a ningún sitio.
Debía creerlo, no se iba a ir a ningún lado, estaba en su casa con ella. Había venido desde su posada para recuperarla, para estar a su lado, para no perderla.
Suspiró mientras tomaba una goma del pelo que llevaba en uno de los bolsillos del pantalón deportivo y se hacía una trenza para poder cocinar. Tomó su teléfono móvil para mirar si tenía alguna llamada. Efectivamente Lourdes llamó y tenía un par de mensaje de whatsapp de Laura y otro de Nuria. Miró el de Nuria porque probablemente su hermano le habría contado la historia.
Y no se equivocaba. Un escueto : “¡Está Rodrigo en tu casa!” le marcaba el guión del whatsapp de Laura, unos minutos más tarde y de la llamada de Lourdes. No tenía ganas de hablar con ellas, mañana las vería en el desayuno diario y su sonrisa lo diría todo.

Las segundas oportunidades existían.

Sonrió mientras sentía como unas manos se posaban en su cadera y la atraían al cuerpo de él.

– Hola dormilón –echó la cabeza atrás para darle un beso en los labios.
– Tengo hambre –le mordió en el cuello.
– Pues ahora comemos algo.
– No es el hambre que tenía en la cabeza, pero bueno –rió con fuerza.
– ¿De verdad? –le preguntó atónita.
– ¿Te sorprende que no tenga suficiente de ti?
– Me sorprende que no tengas suficiente y punto –se rió a su vez.
– Ha sido demasiado tiempo sin ti –la abrazó con fuerza.
– No quiero que te vayas Rodrigo –volvió a apoyar su espalda en él.
– No quiero irme Lucía.
– Pero ….–la cortó.
– Ahora no, después de comer hablamos –la giró para mirarla y tomar su cara entre sus manos para así besarla suavemente.


– ¿Alguien les ha dicho a los programadores de televisión que las películas de los domingos son vomitivas?– ¿Eh? –Lucía despertó de su duermevela mientras veían en la televisión una adaptación alemana de un libro de Rosamunde Pilcher
– Sí. Que esto que ponen en televisión a estas horas apesta –Lucía se dio la vuelta en el sofá, pues estaba tumbada con la cabeza en sus pantorrillas y ahora le miraba desde esa posición.
– Pues la verdad, me da igual. Normalmente a estas horas es lo que ponen y no le doy más vueltas ¿A qué viene esta pregunta?
– Es que veo muy poca tele, la verdad. Y ahora entiendo porqué...
– Hablando de ver televisión –se incorporó–. ¿Hasta cuando vas a estar en Madrid?
– ¿La verdad? –asintió vehementemente Lucía– Lo menos posible.
– Oh –su rostro se contrajo.
– No me malinterpretes, pero no me gusta nada Madrid. Lo siento.
– Me sorprende –respondió ella poniéndose a la defensiva–. Si has venido hasta aquí para verme y quieres quedarte el menor tiempo posible, hay cosas que estoy perdiéndome. ¿No?
– Tranquila. Te dije que teníamos que hablar de un montón de cosas. Pero cuando me has preguntado y querías la verdad, yo te la he dado. Otra cosa es que tenga que quedarme el tiempo que sea necesario para estar contigo. La posada está cerrada hasta después de reyes.
– No entiendo nada –le dijo levantándose de su lado.
– Lucía, no tienes que entender nada. Estoy aquí contigo. Te lo dije y te lo repito. No voy a dejar las cosas así, no pienso desperdiciar lo mejor que me ha pasado en la vida por ser un par de idiotas que no ha sabido entenderse. Y estoy dispuesto a hacer todo lo que esté en mi mano para que podamos entendernos a la perfección.
– Estoy muy perdida –le dijo de pie y mirándole intensamente.
– Lucía, de verdad, no le des más vueltas. Hoy no. Disfrutemos de esto ahora y mañana será otro día. Venga –miró su reloj–, vistámonos y salgamos a cenar. Llévame a tu restaurante favorito, yo te invito.


Lucía le sonrió sin querer pensar mucho más. Anoche se habían vuelto a reencontrar, le había amado con locura y su volvió a instalarse su sonrisa en el rostro. No lo pensaría hoy, no. Por hoy se acabó.