domingo, 9 de junio de 2013

TORMENTA

 -Lleva allí desde hace horas- dijo mirando por la ventana.

El hombre que estaba tras de ella, levantó la mirada dejando su trabajo. Sus facciones eran suaves, miró con detenimiento a su mujer mientras se levantaba de la silla en la que se encontraba. Despacio se puso detrás de ella y pasó las manos por su cintura.

Miraron al horizonte marino. La arena gris, el oscuro y tormentoso mar, y la sombra de la mujer que había llamado la atención de su esposa. El pelo de aquella, rojo fuego, cambiaba de tonalidad a medida que la tormenta se acercaba.

Las olas llegaban con fiereza a la orilla dejando un rastro de espuma blanca y llevando la arena a los pies de aquella solitaria figura, sentada allí, con las rodillas puestas en su pecho. Recogida sobre si misma.

El viento cruzaba por el oscuro cielo gris y su pelo se movía por la cara. El borde de su vestido, largo y negro, se movía con fiereza por entre sus piernas. Pero seguía, inquebrantable, a merced del mar.

-Estoy preocupada por ella. Esta sentada allí, no se mueve...- no dijo nada más. Su marido trató de reconfortarla pasando las manos por sus brazos.
Negó con la cabeza; -No sé. No sé. Nunca antes la había visto, no sé de donde es o lo que hace aquí...
-Podría agarrar una pulmonía de muerte si no entra en algún lugar resguardado-la mujer suspiró-. Se está formando una tormenta.

-Una gran tormenta- respondió el hombre tras ella.

-Pobrecita- murmuró su mujer-. No puedo imaginar que hace allí tan sola.

Como si hubiera dado pie al suceso, una oscura figura apareció, mucho más cerca de la ventana que la pelirroja. El hombre, de pelo oscuro y complexión mediana, andaba con paso firme y presuroso donde su compañía parecía ser necesitada. El pelo de ella, paseaba fieramente por su cara. Él se acercaba a su lado, lánguidamente, sin prisa.  Pero no tenía ninguna duda. Parecía tener controlada la situación.

Paró justo detrás de la mujer.

Silenciosamente, la miraba, la observaba.

-¡Oh!-grito la mujer que observaba la escena desde la ventana-. Espero que haya venido a buscarla, así la llevará dentro.

Aquel hombre no se movió de su posición durante unos minutos, tampoco la mujer sentada en la arena.  Ella se quedó absorta con aquel inolvidable mar. Él, detrás. Y que viniera a buscar lo que fuera que venía a buscar daba igual, pues parecía que si la abrazaba en ese instante, la traspasaría.

Eolo dio una palmada y el viento volvió a obedecerle, sopló. Vendavales y fuertes ráfagas, gimieron, aullaron. Las olas se rompían una y otra vez. El día se oscurecía más y más mientras las nubes bailaban en el cielo. Las gaviotas volaban a ras de la arena. Un árbol luchaba contra el viento. El hombre y la mujer miraban el horizonte, siendo casi imposible el distinguir el azul tempestuoso del mar y  gris del cielo.

Finalmente él decidió agacharse y ponerse frente a ella. Mirarla a la cara.

No reaccionó. Le habló. Pero sus labios casi no se movían y sus palabras, seguramente se las llevaría el viento. Ella le miró, miró a sus ojos por un momento. Él le entregó su mano aceptándola con suavidad. El hombre le ayudó a levantarse, y no la dejó escapar. Se dieron la vuelta, dando la espalda al mar y comenzando a andar hacia  el lugar de donde él había venido.

Sujetando su mano, ella paró.

Por un instante, pareció como si no quisiera irse sin echar un último vistazo al mar. Mirando, mirando con una callada desesperación y una pregunta sin responder. Pero dio la vuelta a su cabeza,  quitó el pelo de su cara y giró el cuerpo entero para marchar de la mano con ese hombre, moreno y de faz preocupada.
 
La paró sólo para mirarla de frente. No se dijeron nada. Pero aquel, agarró suavemente su rostro, el suave y triste rostro de aquella mujer, acercándolo a su cara y besándola con una ternura increíble. Finalmente ella le abrazó.

Cuando juntos desaparecieron en la oscuridad, la mujer de la ventana suspiró.

Fuera, el viento ululaba, las olas se rompían y el cielo se resquebrajaba. La tormenta comenzaba.

Pero el sol volverá a salir mañana, y siempre.